El vecindario se quejaba del olor que salía de aquella casa, que su habitante parecía no percibir, del que de hecho no era consciente. Tenía aquella edad en la que se es joven para ser viejo y viejo para ser joven, vivía en una soledad aparentemente elegida, y poco a poco iba acumulando en su vida propiedades que ya de nada servían, que le ganaban territorio en su casa hasta dejarle sin espacio, casi sin oxígeno,… y no se daba cuenta. Tal vez por aquello de los apegos mal resueltos en su vida, almacenaba y almacenaba pensando que cada uno de los objetos que apilaba donde podía, tenía su propio sentido y podría servirle en cualquier momento con algún fin.
Es más que probable que todos hayamos conocido una historia así, triste historia de soledad, cuya imagen me vino, como metáfora, hace unas semanas en una sesión de psicoterapia con un paciente. Dedicó muchas horas de terapia a decidir qué hacer con ella, hasta que finalmente puso final a aquella relación hace unos meses. Aunque le molestaban los mensajes de WhatsApp y las llamadas que le enviaba casi a diario, no podía prescindir de ella. Sabía que no estaba enamorado y no sentía que esa relación fuese sana para él. Pero necesitaba tenerla ahí, y alentaba su permanencia con pequeñas pinceladas de esperanza, para que no se fuese del todo. Tal vez un día la necesitaría, era una buena mujer una opción mejor que envejecer solo. Pero no, no la amaba, ni quería continuar siendo su pareja. Y no era sólo con ella, mantenía ese tipo de contacto discontinuo con otras antiguas parejas.
No es un hecho aislado en este paciente concreto acumular esa montaña de “ex”, manteniendo sus “fantasmagóricas presencias” con alguna finalidad, a pesar de la falta de conciencia que suelen tener de este hecho.
Haciendo un recorrido retrospectivo de casos, reviso las distintas motivaciones que pueden llevar a acumular los restos de relaciones pasadas y que me he permitido agrupar grosso modo, teniendo todas ellas como finalidad no terminar de soltar.
Son muy frecuentes en terapia quienes acumulan ex “por si acaso”. Estas personas, como la del ejemplo anterior, suelen dudar al tomar decisiones relativas a la pareja, manifiestan un temor a terminar solos por ser demasiado exigentes. Es esta persona acumuladora quien suele terminar las relaciones, sin llegar a cerrarlas del todo, manteniendo a la otra persona, en muchos casos, en una situación de espera con expectativas de reconciliación. El discurso viene salpicado de preguntas como ‘¿es que nadie me viene bien?’, ‘¿y si me he equivocado al terminar esta relación?’, ‘¿me arrepentiré?’, además con frases del tipo ‘quererle le quiero, pero no estoy enamorado/a’, ‘me da miedo quedarme solo/a y por eso me gusta tenerle ahí cerca, por si acaso’
En otro lugar se colocan quienes acumulan ex “que se las tienen que pagar”. Suelen estar en el lado de quien no decidió terminar la relación. Tienen pendiente vengarse de cada uno de ellos, da igual lo felices que se perciban a sí mismos en la actualidad. La venganza quedó pendiente. En sus relaciones se sienten estafados, albergan sentimientos de rencor y aguardan pacientes la oportunidad para resarcirse del daño que le causó la ruptura, no desaprovechan la ocasión para devolverles el daño que experimentan. Se colocan inconscientemente y se enganchan en el lugar del abandonado. En su discurso, las preguntas son ‘¿qué se habrá creído?’, ‘¿cómo ha podido hacerme esto a mí?’ y frases tales como ‘no pararé hasta verle sufrir’, ‘todos los tíos/as son iguales y no descansaré hasta verles padecer como me han hecho sufrir a mí’, o apelan a la justicia divina para que les haga el trabajo “sucio”.
También hay quienes acumulan ex con los “que tiene una conversación pendiente” Pueden ser los que decidieron terminar la relación o no. Suelen ser perfeccionistas y creen que expliquen lo que expliquen, argumenten lo que argumenten, el asunto aún no está bien cerrado. En su discurso aparecen frases “me gustaría hablar una vez más con él para aclarar”, “para mí no está cerrado porque no he recibido (o he dado) una explicación suficiente”, … En estos casos el enganche es más racional.
Por último, me gustaría mencionar a “los que esperan”, acumulando tiempo, dedicando años a esperar que la otra persona decida finalmente elegirle a él. Viven en la certeza de que son la mejor opción para sus ex, y sus ex la mejor opción para ellos mismos. Pueden llegar a estar esperando simultáneamente la vuelta de más de uno. Condicionan su vida y sus relaciones a esas esperas. En su discurso: ‘sé que está ahí, volverá tarde o temprano’, ‘sé que es a mí a quien quiere, estaré dispuesto a esperarla’, ‘algún día se dará cuenta’… Esta suele ser la acumulación más alienante y dañina para la autoestima de quien la lleva a cabo.
Mi amiga Charo, siempre tan lúcida, dice que “a los muertos hay que enterrarlos, esto vale para personas y para todo lo demás”. Y lejos de despedir con honor y agradecimiento a estos cadáveres, los distintos tipos de “acumuladores” se apartan de vivir en el aquí y ahora, paralizan sus vidas en mayor o menos medida con este montón de relaciones clínicamente muertas con ningún sentido práctico, y que coloca a quienes las amontonan en su vida sin espacio para que entre el aire, que les aleja de una vida plena, de la posibilidad de relacionarse con personas vivas y como personas vivas, de una existencia de crecimiento, consciente, sana, vibrante y limpia. La posibilidad, en definitiva, de dar paso al amor libre de cargas. Al amor propio y al amor compartido, disfrutar el encuentro, en tiempo presente.
Diógenes del amor, soledad innecesaria. Cuántas personas, sin darse cuenta, enredadas con aquello que no tiene sentido.